Así que me limito, después de diez largos, larguísimos meses, a sentarme en este banco. Quizá buscándola, sin él, quizá intentando encontrar otra persona que me llene y me haga olvidarla. Sin embargo, decido que mi amor y alma no son merecidos para otra. Que este marchito corazón sólo perteneció a Elena, y se quemó con tanta fuerza, que está lleno de odio y dolor. No permito que otra dulce chica sufra por mi culpa. No me permito volver a hacerle daño a alguien. Y por ello, sigo en este asiento de madera, con nuestro recuerdo en el bolsillo de la chaqueta y una leve sonrisa por el recuerdo de sus labios.
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Y fin de mi relato.
Sin prometer nada.
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