Powered By Blogger

junio 30, 2011

ARREPENTIMIENTO. III

Supongo que miraría por la mirilla, y al verme allí detrás, no me reconoció y no quiso abrirla (siempre tan desconfiada de lo extraños). La entiendo. Ahora se que nunca más le obligaría a hacer algo.
Ya me iba cuando oí unas palabras entrecortadas por risas. Era su voz… una voz dulce y bonita.
No estaba sola. Conseguí escuchar a un hombre, de voz fuerte y madura. No, no podía ser. Ella con otro hombre en su casa. ¡Qué rápido me había olvidado! Me apoyé sobre la puerta, resignado. En mi mano izquierda llevaba un recuerdo nuestro, como si hubiera tenido esperanzas de volver con ella gracias a dárselo, que sonriera, nuestras caras juntas y... Ya sabía que no.
En ese momento, al oír lo que no debía, me derrumbé en el suelo y lloré, una vez más.
- Déjalo, Sergio. Ya se habrá ido, ese no aguanta detrás de la puerta ni un minuto sin llorar como un bebé –el tono de Elena era altivo.
Risas.
- Como le vea la cara a ese estúpido, ¡te juro que lo mato! Reza por que no vuelva a venir aquí… -él la defendía, ese tipo, Sergio al parecer, la protegía.
Justo lo que yo nunca hice.

                                   *   *   *

junio 12, 2011

ARREPENTIMIENTO. II

Llegó el día que estaba evitando tanto tiempo que pasara. Cuando llegué del trabajo ella ya no estaba en casa. Se había marchado. Hice de todo para conseguir localizarla. Telefoneé a cualquier conocido suyo, a todos los hoteles más cercanos, y por fin. Habitación 316 de un motel barato de carretera.
Durantes muchas semanas y todas las noches, iba allí –a mirar cómo se sentaba a ver la televisión, cómo se desnudaba para ir a dormir -, desde un bordillo, fumándome mi habitual cigarro y con una botella de cerveza en la mano, siempre la misma; siempre deprimido. No me atrevía a tocar a la puerta y preguntar si se acordaba de mí. Quizá ya me había olvidado, en dos meses de dolor y desesperación, quizá no recordaba ni mi nombre.
Su móvil ya no existía, no podía hablar con ella sin que me vea la cara, y ese golpe en la puerta haría que la volviera a ver…
No sé de dónde saqué las fuerzas. Entré a la pequeña recepción y mal iluminada, con una larga mesa como recibidor y un recepcionista viejo y extrañamente simpático. Subía por la escalera principal, me temblaban las piernas. Toqué a la puerta y nadie abrió. Pero Elena estaba dentro.

                         *   *   *