Un vaso de leche caliente con miel.

Me desperté esta mañana con un vacío en el estómago. Notaba como mi alma flotaba por alguna parte, perdida, fuera de mí. Me preparé un buen vaso de leche caliente con miel y me senté en la terraza, con una gran manta de piel marrón chocolate.
Desde mi balcón, un quinto piso, se veía con claridad los montes a lo lejos y la playa a la derecha. Era un paisaje
precioso, sumándole la luz de una mañana soleada y el sonido de los pájaros sobre el silencio de mi barrio.
Aquel paisaje me transportaba a una sensación de nostalgia y melancolía. Me hacía pensar en
mi vida, o mejor dicho, en mi pasado. Aquello que en su día me hizo despertar, creer, vivir…,
ya es pasado. Ahora sentía mi historia como una aventura que no pude disfrutar, y sigo teniendo
ese deseo, de hacer todo lo que nos dijimos y nada ocurrió.
Y ahí me quedé, con esa sensación de vértigo de quien se enfrenta a un gran vacío. A una pérdida.
Aquel día, aquel instante o aquel segundo, sin más, todo acabó; y al perderlo me invadió una mezcla
de dolor y desesperación que sufrí hasta la última lágrima. Y quién sabe, quizá sigo sufriendo,
quizá sólo me he acostumbrado a esto… Reflexioné; esos fallos, esos miedos que me hicieron perderle, siguen aquí,
clavados en mi corazón, como puñales fríos de acero. Cada día todo se va difuminando más y más,
convirtiéndose en eso: pasado.
Un agradable viento del mar empezaba a soplar. Mi cabello largo ondulado se mecía en
un bonito movimiento. Mis ojos empezaron a llenarse de lágrimas que no derramé. Estaba
emocionada, por algo que no llego a entender, algo que se esconde dentro de mí, que siento,
pero no logro sacarlo.

Escribo esto, me siento bien, ¡estoy bien! Claro que lo estoy. Pero no tengo más remedio que llorar
ante el recuerdo de aquella historia, aquella que me marcó y me marcará por siempre, por muy mal
vivida que haya sido o por muy poco vivida.
Me levanté del sillón de flores y miré por última vez hacia lo lejos, a ningún punto en concreto.
La última brisa me reconfortó, como si en ella hubiera algo, un polvo mágico que me hiciera pensar
que la vida hay que vivirla como un misterio por descubrir, lleno de emocionantes aventuras,
sorpresas e imprevistos, y no como un problema por resolver y sufrir.